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Motel Apolo, por: Cecilia Alfaro Gómez

  • Inti Ediciones
  • 19 jun
  • 3 Min. de lectura
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Motel Apolo

 

 

Es lunes y son las 16:00 en el Motel Apolo. 

Suena de fondo la banda sonora de Blade Runner desde un celular olvidado debajo del velador.

En la habitación con cortinas roñosas cerradas, la luz se deja entrever. Afuera está soleado. 

"La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo…”.

Por sobre Vangelis se escucha el ruido de la calle, de la gente caminando, de las micros y los taxis haciendo carrera por Vicuña Mackenna. Y de vez en cuando, voces de niños. 

Debajo del televisor que transmite porno sin volumen, hay una mesa. Ahí figuran dos etiquetas negras a medio tomar, cinco bolsitas vacías y una caja rota de tranquilizantes. No es necesario prender la luz pese a la penumbra, la iluminación exterior permite verlo todo en ese dormitorio.

Gabriel mira su celular, frenéticamente se salta de una aplicación a otra: a veces LinkedIn, a veces el correo, a veces Grindr, a veces Twitter.

Simón está echado en la cama. Mira el techo, se siente frustrado. Hace unas semanas dejó a su familia por Camila, una ex compañera de oficina. Ahora está en la disyuntiva sobre vivir con Camila o dejarla a ella también. Sobrevivir. Extraña, tal vez, sin querer asumirlo aún, su vida pasada. Más que nada a Elisa y Clemente, sus hijos. Y se abruma con el solo hecho de pensar en el trámite que le espera para pelear la tuición. 

“Todo lo que se preguntaba eran las mismas respuestas

que buscamos el resto de nosotros.

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuánto tiempo tengo?

Todo lo que pude hacer fue sentarme y ver cómo moría”.

Hay comida china, ya está helada. Ninguno tiene hambre.

Los olores se mezclan: transpiración, el hedor a alcohol que sale de los poros, el alcohol derramado por los distintos rincones de ese espacio, la mugre, el encierro.

¿Cuántos días llevan en esa pieza? Parece que desde el jueves. Ni Simón ni Gabriel lo tienen claro. 

En algún momento, quizás al comienzo, estuvo Sebastián. Sí, estuvo, por ahí comenzó todo. Sebastián y Ángela, su nueva amiga, de esas amigas que aparecen por Internet, veinteañera, labial rojo, mucho Instagram y coreografías de moda. Los tres querían fotos con Ángela. Ella se reía. Nada es gratis, pero qué va, a los cincuenta eso no importa. La juventud aún nos valida

“Las verdades de la vida.

Alterar la evolución de un sistema orgánico es fatal”.

Ángela bailando sola. Ángela sin zapatos saltando encima de la cama. La cartera de Ángela, caja de Pandora. Ángela y las pastillas sonrientes.

Danzas sin polera, después sin ropa. Cortos de whisky. Whisky desde la botella. Whisky, una rayita y saque. Risas absurdas. Chistes tontos. Confesiones innecesarias. Llamadas telefónicas aleatorias. Borrón. Mal aliento. Confusión y vergüenza no asumidas. Resaca que se pasa con más alcohol. Resaca que se pasa con píldoras. Comida china. Quédate con el cambio. Ojeras y angustia. Blade Runner. Gabriel y Simón. 

Ya no hay conversaciones y es lunes. Lunes en un motel del centro. Lunes a las 16:00 en un motel del centro. 

Excusas inconexas para no ir al trabajo. 

Necesito cuidar a mi hijo / Creo que estoy con neumonía, mañana voy al médico, hoy no me puedo mover / Tuve que viajar a Constitución, mi hermana está con problemas familiares.

Voces forzadas, voces intentando modular de la mejor manera posible, voces falsas.

“Es toda una experiencia vivir con miedo, eso es lo que significa ser esclavo”.

Sed, mucha sed. Pero es tal la incomodidad en todo, que la sed no es algo latente, al menos no en primera instancia.

El dolor. El dolor en el pecho, ese dolor que provoca la angustia. El dolor que provoca la pena, la tristeza. El dolor de lo que no tiene sentido. Y alguna vez lo tuvo. 

(...)

-        ¿Qué edad tengo?

-        No lo sé.

-        Nací el 10 de abril... ¿Cuánto voy a vivir?

-        Cuatro años.

-        ¡Más que tú! Es penoso vivir con miedo, ¿verdad? No hay nada peor que sentir picor y no poder rascarse.

-        Estoy de acuerdo.

-        Espabila. Es hora de morir

(…)

Ya todo da lo mismo.

"Una nueva vida le espera en las colonias espaciales. Podrá volver a empezar en una tierra dorada llena de oportunidades y aventuras".

¿Y si nos quedamos aquí para siempre?, pensaron los dos al mismo tiempo. 

Y no dijeron nada.  



Cecilia Alfaro Gómez escritora de la novela "Futrono" (Hueders), ganadora del Premio Municipal de Santiago 2023 en la categoría inédita.

Ha publicado cuentos en revistas como Poros, Cardumen y Montaje.

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Asco Zine.

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