Poesía por Cherié Quidel
- Inti Ediciones
- 7 jun
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 10 jun

Fotografía por: Franco Ibarra Amigo.
Cherié Quidel Núñez, escritora del poemario La mujer araña (Lagar editores) y la novela Carmencita (Trazos de aves) nos comparte parte de la obra en la que trabaja actualmente:
Prólogo
—No, no, no.
¿En mi figura hay manto negro o el riachuelo asume mi hombro?
¿Qué observas con esos ojos de tierra en lluvia?
¿Qué tocas con las manos morenas?
¿Qué rasgas con esas uñas sangrientas de ceniza?
No
No llevo la sombra del rostro, poseo la boca que escuchas,
el sonido de mi lengua es de tal vainilla.
Mi almizcle.
Cubiertos mis dientes tantean tu oído ingenuo.
Niña ingenua
de aparente vacío,
de libertad de cabeza
¿Miras rostro o es solo el mar?
¿Qué hay frente a ti?
¿Quién soy?
Dime
¿Qué soy para ti?
—Por la noche la ola rueda en tu boca.
Mestizaje de cuerpo mentiroso.
Eres mezcla, combinación, embadurnado de alma.
Creerás hablar con una niña, con quien te es altura.
Pero no irrevoques las palabras, ni las imágenes.
Si,
eres alzada de colina, reventado de espuma.
Y alguna vez fuiste de mí el azul del bordado, del cielo y de la flor.
Si,
miro la nariz empinada y la vertiente de tu pecho, que ha hecho remolino.
Remolino cuajado de esa misma libertad que acusas.
Un disgusto tuyo, eterno y trascendente.
¿Acaso culpas a tu herencia?
Mi actuar es la espalda de tu memoria,
y el amor ha sido infinito.
Llegas hoy aquí, erguido
enfrentándome luego de ser mujer
y esperas
tanto esperas que ya se agota.
Mi voz no es fortuna
Mi pensar acabó en tal tristeza.
Cántame.
Canta lo alto del sol y murmura el poema de una despedida.
—En el regreso he encontrado manojo de hierbas,
el verde encalla y es estruendo.
He vuelto en el vapor, la estela y la gota.
Verás el cristal de mi navío.
Cuestionarás el viaje de regreso.
Testaruda el alma joven que trata de imponerse.
La niña que llora tiene lágrimas del día
y heme aquí siendo causa, siendo herida y escozor.
No hay un perdón en esta palabra.
No tengo el sueño ni el deseo de encomendar.
Solo soy presencia en tu noche.
Y estuve entre ustedes,
entre tú y yo.
Niña que lloras plata
¿Sentiste la frialdad de mi beso?
—Sentí como quien siente amenazado por la muerte,
y por la vida que tan eterna parece en tempestad.
Preguntas, dices melancolía,
pero el desarraigo del corazón es tal que el hueco es crudo.
Almaceno infortunio de tu rostro
¿O qué es lo que tienes detrás de esos ojos?
Pues no veo quien eres y confundo el odio de serte con el cariño del recuerdo
¿Te atreves a reflejar su piel de lunares?
¿O la cobardía te vuelve criatura inerte?
No conozco lo oscuro de tu boca.
No reconozco tu ser
¿Será un olvido de mi alma?
Has quitado de mi el amor,
y aquellos ojos yacen para siempre cerrados
¿Continuará la caída del cuerpo?
Aquel que no pudre la tierra, sino que vive en mí al posar la ventana.
—Habrá eternidad de amor en ese tacto de soledad.
La angustia prospera en ti.
—Cuánto más la pena es ajena en mis palabras.
Hecho un hombre se recorre tal amor de fragancias.
Callejuela sin salida, mi camino inicia y pausa con tu visita.
¿Para qué volver a los pies de la cama?
Donde ya no eres bienvenido pues azotas el viento en quebraja.
No tengo y no pretendo el recoveco de tu pretensión.
¿Qué has cogido del suelo y sujetado frente al agua?
No partes la hoja al sentir fervor.
El aroma y el licor aguardan mi silencio.
¿Liberarás mi carne en su compañía?
Esta pella ya parece insulsa en el ritmo de mi oración.
—Mi presencia no es más que el aviso.
El sueño de tales hombres retorna en la canción de una niña.
Y qué tal inocencia es aquella,
qué buscas sal en el mar para desenvolver el cordero.
Vibra la luz de tu coronilla, aún caliente por el verano.
Tu noche de estalactita invierte la tierra en estrella de día.
Curiosa tu tristeza que permite sollozo,
se te desboca la lengua, tus dientes se quiebran,
y sin embargo tus palabras tallan en plata
y adornan a la que es madre y silueta.
Ya has escuchado el verso titilante de sus labios,
convertido para siempre en vida.
Y nuevamente la niña llora
¿De qué ha de llorar la niña?
Tiene la incertidumbre en los dedos,
la finura de lo tosco en el cielo.
¿Qué escuchas qué es tan incierto?
¿Es el negro de mis huesos
o la lluvia de tus lamentos?
Ya se va a acabar el tiempo.
Renace un alma y es tupida,
adosada a mí en caricias.
No desaparecerá nuestro lazo
ni se encaminará a la cima.
Soy parte engarzada a la columna,
del pulmón abatido tras las costillas.
¿Y tú qué tanto miras?
Soy muerte en vida,
Dime ¿Qué siente la niña?
—Siento lo que desmorona cualquier lugar lejos de aquí.
Siento la magnitud de mi desespero y la teluria del mundo en pies descalzos.
Fríos de despojo.
Preguntas, ¿Tú ves algo?
¿Miras con esos ojos escuetos el destino de mi dolor?
Eres sabio por viejo, más nunca llegaste a viejo y menos por sabio.
El cuerpo tan pálido de luna te ha recibido en cada esquina.
¿Tienes razones para volver?
Termina la tarea de serme fiel animal de hábito,
tan espesa la sangre que recorre un territorio quemado.
A ver, ¿Qué sentimientos encienden a la muerte?
¿Qué sentimientos encienden al padre que eres?
Amalgama realizada por hogar abandonado.
Diga, caballero,
¿Cuál intención tiene el retorno incompleto de su papel de santo?
¿O solo pretende en el nombre del difunto que interpreta?
—No soy pretendiente de la obra que maneja nuestro escenario.
Fingirías despiste de mi actuar en su piel,
como ropa que cuelgo de las orejas.
Tanto el laurel como la araña habitan el trazo de la carne.
Y sin abandono poseo la figura.
Dices desaparecer y volver de mayor,
de mujer mayor,
pero ante él,
ante mí,
ante lo que te acoge,
solo eres esa infante que murmuraba tras el vitral
en la búsqueda por asesinar a quien calla.
—No será desprolijo volver al tiempo de mi rabia.
Tan joven con cultivo de amargo,
es así el sabor, el aroma y el tacto
que tanto memoriza la niña.
Y si de boca se captura al traidor,
que mentira es la de tu habilidad.
¿Quieres volver para conversar?
Promulga el lamento que no se exige
y en paz encamina tu nueva tierra.
—Quien represento tiene orgullo de testaruda niebla,
como quien ciega al otro para atacar la mordida.
En vuelo los pájaros escapan,
y el mismísimo horizonte esconde su color
al ser encontrado arrebolado.
No alberga,
o pareciera ocultar,
que alguna vez pensó en nosotros
con la angustia de un error.
Es hombre, animal adiestrado de agujas,
quién más que el calco le convierte en pétalo o susurro.
Se tuvo el poder de enervar el último adiós,
pero se fue en el profundo sueño del enfermo.
Si se ha presentado
es porque la marea recoge y devuelve
lo que nunca alcanzó a envolver en sus brazos.
La niña que llora es arte
y de esa agua, que tan propia es,
hace los trazos de las letras más preciosas.
La carta que tiene su escritura no ha perdido el tinte de la lágrima.
Si tanto ha de rogar pues habrá respuesta
y tú contestarás pues se cultiva el enjambre
apretado de tu cuello
y hará que regrese solo y por ti.
—Será cantada su voz,
y junto con la mía haré de mí una última herida.
Arrojaré la poesía a esa misma marea
y no volverá porque se acabó mi desidia.
Y ahora contiene el tiempo.
Dile que tome atención porque será el amor,
y esa cosa es suficiente para escucharme.
Recito para él y guardo mi boca,
nunca olvido ese azul de piedra.
Que mire ajeno a la cordillera,
y aguarde el balbuceo de su niña.
Que hecha alma le dedica
la extensión de la mano y la rima.
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